Muy alto y poderoso y muy católico príncipe,
invictísimo emperador
y señor nuestro:
En una nao que de esta Nueva España de vuestra
sacra majestad des-
paché a diez y seis días de julio del año
de quinientos y diez y
nueve, envié a vuestra Alteza muy larga y particular
relación de las
cosas hasta aquella sazón, después que
yo a ella vine, en ella suce-
didas. La cual relación llevaron Alonso Hernández
Portocarrero y
Francisco de Montejo, procuradores de la Rica Villa de
la Vera Cruz,
que yo en nombre de vuestra alteza fundé. Y después
acá, por no ha-
ber oportunidad, así por falta de navíos
y estar yo ocupado en la
conquista y pacificación de esta tierra, como
por no haber sabido
de la dicha nao y procuradores, no he tornado a relatar
a vuestra
majestad lo que después se ha hecho; de que Dios
sabe la pena que
he tenido. Porque he deseado que vuestra alteza supiese
las cosas
de esta tierra, que son tantas y tales que, como ya en
la otra re-
lación escribí, se puede intitular de nuevo
emperador de ella, y
con título y no menos mérito que el de
Alemaña, que por la gracia
de Dios vuestra sacra majestad posee. Y porque querer
de todas las
cosas de estas partes y nuevos reinos de vuestra alteza
decir todas
las particularidades y cosas que en ellas hay y decir
se debían, se-
ría casi proceder a infinito.
Que a ocho leguas de esta ciudad de Churultecal están
dos sierras
muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto
tienen tanta
nieve que otra cosa de lo alto de ellas si no la nieve,
se parece.
Y de la una que es la más alta sale muchas veces,
así de día como
de noche, tan grande bulto de humo como una gran casa,
y sube encima
de la sierra hasta las nubes, tan derecho como una vira,
que, según
parece, es tanta la fuerza con que sale que aunque arriba
en la sie-
rra andaba siempre muy recio viento, no lo puede torcer.
Y porque yo
siempre he deseado de todas las cosas de esta tierra
poder hacer a
vuestra alteza muy particular relación, quise
de ésta, que me pare-
ció algo maravillosa, saber el secreto, y envié
diez de mis com-
pañeros, tales cuales para semejante negocio eran
necesarios, y
con algunos naturales de la tierra que los guiasen, y
les encomendé
mucho procurasen de subir la dicha sierra y saber el
secreto de a-
quel humo, de dónde y cómo salía.
Los cuales fueron y trabajaron lo
que fué posible para la subir, y jamás
pudieron, a causa de la mu-
cha nieve que en la sierra hay y de muchos torbellinos
que de la
ceniza que de allí sale andan por la sierra, y
también porque no
pudieron sufrir la gran frialdad que arriba hacía,
pero llegaron
muy cerca de lo alto, y tanto que estando arriba comenzó
a salir
aquel humo, y dicen que salía con tanto ímpetu
y ruido que parecía
que toda la sierra se caía abajo, y así
se bajaron y trajeron mucha
nieve y carámbanos para que los viésemos,
porque nos parecía cosa
muy nueva en estas partes a causa de estar en parte tan
cálida, se-
gún hasta ahora ha sido opinión de los
pilotos, especialmente, que
dicen que esta tierra está en veinte grados, que
es en el paralelo
de la isla Española, donde continuamente hace
muy gran calor.
Pasada esta puente, nos salió a recibir aquel señor
Mutezuma con
hasta doscientos señores, todos descalzos y vestidos
de otra librea
o manera de ropa asimismo bien rica a su uso, y más
que la de los
otros, y venían en dos procesiones muy arrimados
a las paredes de
la calle, que es muy ancha y muy hermosa y derecha, que
de un cabo
se parece el otro y tiene dos tercios de legua, y de
la una parte
y de la otra muy buenas y grandes casas, así de
aposentamientos co-
mo de mezquitas, y el dicho Mutezuma venía por
medio de la calle con
dos señores, el uno a la mano derecha y el otro
a la izquierda, de
los cuales el uno era quel señor grande que dije
que había salido a
hablar en las andas y el otro era su hermano del dicho
Mutezuma,
señor de aquella ciudad de Ixtapalapa de donde
yo aquel día había
partido, [...].
Y allí me tomó de la mano y me llevó
a una gran sala que estaba fron-
tera del patio por donde entramos, y allí me hizo
sentar en un estra-
do muy rico que para él lo tenía mandado
hacer, y me dijo que le es-
perase allí, y él se fué.
Y dende a poco rato, ya que toda la gente de mi compañía
estaba apo-
sentada, volvió con muchas y diversas joyas de
oro y plata, y pluma-
jes, y con hasta cinco o seis mil piezas de ropa de algodón,
muy ri-
cas y de diversas maneras tejidas y labradas, y después
de me las
haber dado, se sentó en otro estrado que luego
le hicieron allí jun-
to con el otro donde yo estaba; y sentado, prepuso en
esta manera:
"Muchos días ha que por nuestras escripturas tenemos
de nuestros an-
tepasados noticia que yo ni todos los que en esta tierra
habitamos
no somos naturales de ella sino extranjeros, y venidos
a ella de par-
tes muy extrañas; y tenemos asimismo que a estas
partes trajo nues-
tra generación un señor cuyos vasallos
todos eran, el cual se volvió
a su naturaleza, y después tornó a venir
dende en mucho tiempo, y
tanto, que ya estaban casados los que habían quedado
con las mujeres
naturales de la tierra y tenían mucha generación
y hechos pueblos
donde vivían, y queriéndolos llevar consigo,
no quisieron ir ni me-
nos recibirle por señor, y así se volvió;
y siempre hemos tenido
que los que de él descendiesen habían de
venir a sojuzgar esta tie-
rra y a nosotros como a sus vasallos; y según
de la parte que vos
decís que venís, que es a do sale el sol,
y las cosas que decís de
ese gran señor o rey que acá os envió,
creemos y tenemos por cierto,
él sea nuestro señor natural, en especial
que nos decís que él ha
muchos días que tenía noticia de nosotros;
y por tanto, vos sed cier-
to que os obedeceremos y tendremos por señor en
lugar de ese gran
señor que vos decís, y que en ello no habrá
que yo en mi señorío po-
seo, mandar a vuestra voluntad, porque será obedecido
y hecho; y to-
do lo que nosotros tenemos es para lo que vos de ello
quisiéredes
disponer. Y pues estáis en vuestra naturaleza
y en vuestra casa,
holgad y descansad del trabajo del camino y guerras que
habéis te-
nido, que muy bien sé todos los que se vos han
ofrecido de Puntun-
chán acá, y bien sé que los de Cempoal
y de Tascaltecal os han di-
cho muchos males de mí. No creáis más
de lo que por vuestros ojos
veredes, en especial de aquellos que son mis enemigos,
y algunos de
ellos eran mis vasallos y hánseme rebelado con
vuestra venida, y
por se favorecer con vos lo dicen; [...]
Porque para dar cuenta, muy poderoso señor, a vuestra
real excelen-
cia, de la grandeza, extrañas y maravillosas cosas
de esta gran ciu-
dad de Temixtitan, del señorío y servicio
de este Mutezuma, señor de
ella, y de los ritos y costumbres que esta gente tiene,
y de la orden
que en la gobernación, así de esta ciudad
como de las otras que eran
de este señor, hay, sería menester mucho
tiempo y ser muchos relato-
res y muy expertos; no podré yo decir de cien
partes una, de las que
de ellas se podrían decir, mas como pudiere diré
algunas cosas de
las que vi, que aunque mal dichas, bien sé que
serán de tanta admi-
ración que no se podrán creer, porque los
que acá con nuestros pro-
pios ojos las vemos, no las podemos con el entendimiento
comprender.
Pero puede vuestra majestad ser cierto que si alguna
falta en mi re-
lación hubiere, que será antes por corto
que por largo, así en esto
como en todo lo demás de que diere cuenta a vuestra
alteza, porque
me parecía justo a mi príncipe y señor,
decir muy claramente la ver-
dad sin interponer cosas que la disminuyan y acrecienten.
[...]
Esta gran ciudad de Temixtitan está fundada en
esta laguna salada,
y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha ciudad,
por cual-
quiera parte que quisieren entrar a ella, hay dos leguas.
Tiene cua-
tro entradas, todas de calzada hecha a mano, tan ancha
como dos lan-
zas jinetas. Es tan grande la ciudad como Sevilla y Córdoba.
Son las
calles de ella, digo las principales, muy anchas y muy
derechas, y
algunas de éstas y todas las demás son
la mitad de tierra y por la
otra mitad es agua, por la cual andan en sus canoas,
y todas las ca-
lles de trecho a trecho están abiertas por do
atraviesa el agua de
las unas a las otras, y en todas estas aberturas, que
algunas son
muy anchas, hay sus puentes de muy anchas y muy grandes
vigas, jun-
tas y recias y bien labradas, y tales, que por muchas
de ellas pueden
pasar diez de a caballo juntos a la par. Y viendo que
si los natura-
les de esta ciudad quisiesen hacer alguna traición,
tenían para ello
mucho aparejo, por ser la dicha ciudad edificada de la
manera que di-
go, y quitadas las puentes de las entradas y salidas,
nos podrían de-
jar morir de hambre sin que pudiésemos salir a
la tierra. Luego que
entré en la dicha ciudad di mucha prisa en hacer
cuatro bergantines,
y los hice en muy breve tiempo, tales que podían
echar trescientos
hombres en la tierra y llevar los caballos cada vez que
quisiésemos.
Tiene esta ciudad muchas plazas, donde hay continuo mercado
y tra-
to de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande como
dos veces
la ciudad de Salamanca, toda cercada de portales alrededor,
donde hay
cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando
y vendiendo;
donde hay todos los géneros de mercadurías
que en todas las tierras
se hallan, así de mantenimientos como de vituallas,
joyas de oro y
plata, de plomo, de latón, de cobre, de estaño,
de piedras, de hue-
sos, de conchas, de caracoles y de plumas. Véndese
cal, piedra labra-
da y por labrar, adobes, ladrillos, madera labrada y
por labrar de
diversas maneras. Hay calle de caza donde venden todos
los linajes
de aves que hay en la tierra, así como gallinas,
perdices, codorni-
ces, lavancos, dorales, zarcetas, tórtolas, palomas,
pajaritos en
cañuela, papagayos, búharos, águilas,
halcones, gavilanes y cerníca-
los; y de algunas de estas aves de rapiña, venden
los cueros con su
pluma y cabezas y pico y uñas. [...]
La gente de esta ciudad es de más manera y primor
en su vestir y
servicio que no la otra de estas otras provincias y ciudades,
por-
que como allí estaba siempre este señor
Mutezuma, y todos los seño-
res sus vasallos ocurrían siempre a la ciudad,
había en ellas más
manera y policía en todas las cosas. Y por no
ser más prolijo en
la relación de las cosas de esta gran ciudad,
aunque no acabaría
tan aína, no quiero decir más sino que
en su servicio y trato de
la gente de ella hay la manera casi de vivir que en España,
y con
tanto concierto y orden como allá, y que considerando
esta gente
ser bárbara y tan apartada del conocimiento de
Dios y de la comu-
nicación de otras naciones de razón, es
cosa admirable ver la que
tienen en todas las cosas. [...]
También he hecho saber a vuestra cesárea
majestad la necesidad que
hay que a esta tierra se traigan plantas de todas suertes,
y por
el aparejo que en esta tierra hay de todo género
de agricultura,
y porque hasta ahora ninguna cosa se ha proveído,
torno a suplicar
a vuestra majestad, porque de ello será muy servido,
mande enviar
su provisión a la Casa de la Contratación
de Sevilla para que cada
navío traiga cierta cantidad de plantas, y que
no pueda salir sin
ellas, porque será mucha causa para la población
y perpetuación de
ella.
Como a mí convenga buscar toda la buena orden que
sea posible
para que estas tierras se pueblen, y los españoles
pobladores y
los naturales de ellas se conserven y perpetúen,
y nuestra santa
fe en todo se arraigue, pues vuestra majestad me hizo
merced de me
dar cuidado, y Dios Nuestro Señor fué servido
de me hacer medio
por donde viniese en su conocimiento, y debajo del imperial
yugo
de vuestra alteza, hice ciertas ordenanzas y las mandé
pregonar,
y porque de ellas envío copia a vuestra majestad,
no tendré que
decir sino que, a todo lo que acá yo he podido
sentir, es cosa muy
conveniente que las dichas ordenanzas se cumplan.
De algunas de ellas los españoles que en estas
partes residen no
están muy satisfechos, en especial de aquellas
que los obligan a
arraigarse en la tierra; porque todos, o los más,
tienen pensamien-
tos de se haber con estas tierras como se han habido
con las islas
que antes se poblaron, que es esquilmarlas y destruirlas,
y después
dejarlas. Y porque me parece que sería muy gran
culpa a los que de
lo pasado tenemos experiencia, no remediar lo presente
y por venir,
proveyendo en aquellas cosas por donde nos es notorio
haberse per-
dido las dichas islas, mayormente siendo esta tierra,
como ya mu-
chas veces a vuestra majestad he escrito, de tanta grandeza
y no-
bleza, y donde tanto Dios Nuestro Señor puede
ser servido y las
reales rentas de vuestra majestad acrecentadas, suplico
a vuestra
majested las mande mirar, y de aquello que más
vuestra alteza fuere
servido me envíe a mandar la orden que debo tener,
así en el cumpli-
miento de estas dichas ordenanzas, como en las que más
vuestra ma-
jestad fuere servido que se guarden y cumplan; [...]