Señora mía:
He visto la carta de V. md. en que impugna las finezas de Cristo
que discurrió el
Reverendo Padre Antonio de Vieira en el Sermón del Mandato
con tal sutileza que a
los más eruditos ha parecido que, como otra Águila
del Apocalipsis, se había
remontado este singular talento sobre sí mismo, siguiendo
la planta que formó antes
el Ilustrísimo César Meneses, ingenio de los primeros
de Portugal; pero a mi juicio,
quien leyere su apología de V. md. no podrá negar
que cortó la pluma más delgada
que ambos y que pudieran gloriarse de verse impugnados de una mujer
que es honra
de su sexo.
Yo, a lo menos, he admirado la viveza de los conceptos, la discreción
de sus pruebas
y la enérgica claridad con que convence el asunto, compañera
inseparable de la
sabiduría; que por eso la primera voz que pronunció
la Divina fue luz, porque sin
claridad no hay voz de sabiduría. Aun la de Cristo, cuando
hablaba altísimos misterios
entre los velos de las parábolas, no se tuvo por admirable
en el mundo; y sólo cuando
habló claro, mereció la aclamación de saberlo
todo. éste es uno de los muchos
beneficios que debe V. md. a Dios; porque la claridad no se adquiere
con el trabajo e
industria: es don que se infunde con el alma.
Para que V. md. se vea en este papel de mejor letra, le he impreso;
y para que
reconozca los tesoros que Dios despositó en su alma, y le
sea, como más entendida,
más agradecida: que la gratitud y el entendimiento nacieron
siempre de un mismo
parto. Y si como V. md. dice en su carta, quien más ha recibido
de Dios está más
obligado a la correspondencia, temo se halle V. md. alcanzada en
la cuenta; pues
pocas criaturas deben a Su Majestad mayores talentos en lo natural,
con que
ejecuta al agradecimiento, para que si hasta aquí los ha
empleado bien (que así lo
debo creer de quien profesa tal religión), en adelante sea
mejor.
No es mi juicio tan austero censor que esté mal con los versos
-en que V. md. se ha
visto tan celebrada-, después que Santa Teresa, el Nacienceno
y otros santos
canonizaron con los suyos esta habilidad; pero deseara que les imitara,
así como en
el metro, también en la elección de los asuntos.
No apruebo la vulgaridad de los que reprueban en las mujeres el uso
de las letras,
pues tantas se aplicaron a este estudio, no sin alabanza de San
Jerónimo. Es verdad
que dice San Pablo que las mujeres no enseñen; pero no manda
que las mujeres no
estudien para saber; porque sólo quiso prevenir el riesgo
de elación en nuestro sexo,
propenso siempre a la vanidad. A Sarai la quitó una letra
la Sabiduría Divina, y puso
una más al nombre de Abram, no porque el varón ha
de tener más letras que la mujer,
como sienten muchos, sino porque la i añadida al nombre de
Sara explicaba temor y
dominación. Señora mía se interpreta Sarai;
y no convenía que fuese en la casa de
Abraham señora la que tenía empleo de súbdita.
Letras que engendran elación, no las quiere Dios en la mujer;
pero no las reprueba el
Apóstol cuando no sacan a la mujer del estado de obediente.
Notorio es a todos que
el estudio y saber han contenido a V. md. en el estado de súbdita,
y que la han
servido de perfeccionar primores de obediente; pues si las demás
religiosas por la
obediencia sacrifican la voluntad, V. md. cautiva el entendimiento,
que es el más
arduo y agradable holocausto que puede ofrecerse en las aras de
la Religión.
No pretendo, según este dictamen, que V. md. mude el genio
renunciando los libros,
sino que le mejore, leyendo alguna vez el de Jesucristo. Ninguno
de los evangelistas
llamó libro a la genealogía de Cristo, si no es San
Mateo, porque en su conversión no
quiso este Señor mudarle la inclinación, sino mejorarla,
para que si antes, cuando
publicano, se ocupaba en libros de sus tratos e intereses, cuando
apóstol mejorase el
genio, mudando los libros de su ruina en el libro de Jesucristo.
Mucho tiempo ha
gastado V. md. en el estudio de filósofos y poetas; ya será
razón que se
perfeccionen los empleos y que se mejoren los libros.
¿Qué pueblo hubo más erudito que Egipto? En
él empezaron las primeras letras del
mundo, y se admiraron los jeroglíficos.
Por grande ponderación de la sabiduría de José,
le llama la Sagrada Escritura
consumado en la erudición de los egipcios. Y con todo eso,
el Espíritu Santo dice
abiertamente que el pueblo de los egipcios es bárbaro: porque
toda su sabiduría,
cuando más, penetraba los movimientos de las estrellas y
cielos, pero no servía para
enfrenar los desórdenes de las pasiones; toda su ciencia
tenía por empleo
perfeccionar al hombre en la vida política, pero no ilustraba
para conseguir la eterna.
Y ciencia que no alumbra para salvarse, Dios, que todo lo sabe,
la califica por
necedad.
Así lo sintió Justo Lipsio (pasmo de la erudición),
estando vecino a la muerte y a la
cuenta, cuando el entendimiento está más ilustrado;
que consolándole sus amigos
con los muchos libros que había escrito de erudición,
dijo señalando a un santocristo:
Ciencia que no es del Crucificado, es necedad y sólo vanidad.
No repruebo por esto la lección de estos autores; pero digo
a V. md. lo que
aconsejaba Gersón: Préstese V. md., no se venda, ni
se deje robar de estos
estudios. Esclavas son las letras humanas y suelen aprovechar a
las divinas; pero
deben reprobarse cuando roban la posesión del entendimiento
humano a la Sabiduría
Divina, haciéndose señoras las que se destinaron a
la servidumbre. Comendables son,
cuando el motivo de la curiosidad, que es vicio, se pasa a la estudiosidad,
que es
virtud.
A San Jerónimo le azotaron los ángeles porque leía
en Cicerón, arrastrado y no libre,
prefiriendo el deleite de su elocuencia a la solidez de la Sagrada
Escritura; pero
loablemente se aprovechó este Santo Doctor de sus noticias
y de la erudición
profana que adquirió en semejantes autores.
No es poco el tiempo que ha empleado V. md. en estas ciencias curiosas;
pase ya,
como el gran Boecio, a las provechosas, juntando a las sutilezas
de la natural, la
utilidad de una filosofía moral.
Lástima es que un tan gran entendimiento, de tal manera se
abata a las rateras
noticias de la tierra, que no desee penetrar lo que pasa en el Cielo;
y ya que se
humille al suelo, que no baje más abajo, considerando lo
que pasa en el Infierno. Y si
gustare algunas veces de inteligencias dulces y tiernas, aplique
su entendimiento al
Monte Calvario, donde viendo finezas del Redentor e ingratitudes
del redimido, hallará
gran campo para ponderar excesos de un amor infinito y para formar
apologías, no sin
lágrimas contra una ingratitud que llega a lo sumo. O que
útilmente, otras veces, se
engolfara ese rico galeón de su ingenio de V. md. en la alta
mar de las perfecciones
divinas. No dudo que sucedería a V. md. lo que a Apeles,
que copiando el retrato de
Campaspe, cuantas líneas corría con el pincel por
el lienzo, tantas heridas hacía en
su corazón la saeta del amor, quedando al mismo tiempo perfeccionado
el retrato y
herido mortalmente de amor del original el corazón del pintor.
Estoy muy cierta y segura que si V. md., con los discursos vivos
de su
entendimiento, formase y pintase una idea de las perfecciones divinas
(cual se
permite entre las tinieblas de la fe), al mismo tiempo se vería
ilustrada de luces su
alma y abrasada su voluntad y dulcemente herida de amor de su Dios,
para que este
Señor, que ha llovido tan abundantemente beneficios positivos
en lo natural sobre V.
md., no se vea obligado a concederla beneficios solamente negativos
en lo
sobrenatural; que por más que la discreción de V.
md. les llame finezas, yo les tengo
por castigos: poque sólo es beneficio el que Dios hace al
corazón humano
previniéndole con su gracia para que le corresponda agradecido,
disponiéndose con
un beneficio reconocido, para que no represada, la liberalidad divina
se los haga
mayores.
Esto desea a V. md. quien, desde que la besó, muchos años
ha, la mano, vive
enamorada de su alma, sin que se haya entibiado este amor con la
distancia ni el
tiempo; porque el amor espiritual no padece achaques de mudanza,
ni le reconoce el
que es puro si no es hacia el crecimiento. Su Majestad oiga mis
súplicas y haga a V.
md. muy santa, y me la guarde en toda prosperidad.
De este Convento de la Santísima Trinidad, de la Puebla de
los Ángeles, y noviembre
25 de 1690.
b. L. M. de V. md. su afecta servidora
Filotea de la Cruz.
Fin